24/2/23

Tapones. Poca cosa

Hace unas semanas fui a nadar a la piscina pública que hay cerca de donde vivo. Al llegar a casa, mientras sacaba de la mochila el bañador, la toalla, las gafas de natación, etc, me dí cuenta de que me había dejado atrás los tapones que uso para que no me entre agua en los oídos. Unos tapones que valían poco pero que ya se habían hecho a mis orejas y viceversa. Por un rato estuve intentando recordar donde los había visto por última vez y al fin caí en la cuenta de que los puse en la bandeja del jabón que había en la ducha que utilicé en los vestuarios de la piscina. Ya era tarde y no podía volver a la piscina hasta el día siguiente por la tarde y, seguramente, cuando lo hiciera, ya no estarían allí. Pensé, por un momento, que sería mejor buscar unos nuevos. Tampoco se trata de algo caro. Al día siguiente, de vuelta a casa en bici, me dio tiempo de pensar en mis "queridos" tapones para los oídos, en lo bien que me ajustaban y en que no perdía nada, salvo algo de tiempo, por acercarme un momento a la piscina, antes de ir a comprar unos tapones nuevos, tal como tenía previsto. Cambié ligeramente el rumbo y me dirigí hacia la piscina. Una vez allí pregunté a uno de los encargados que me envió a otro que, a su vez, fue a buscar a la limpiadora de las instalaciones, después de que le explicara donde me los había olvidado. A los pocos segundos, salió esta señora con el botecito de los tapones. La alegría fue grande, el agradecimiento enorme y la satisfacción plena. Había constatado la bondad y generosidad de ese equipo humano por ayudarme y por guardar algo insignificante que podría haber acabado en la basura. Había ganado la batalla a la comodidad personal y al consumismo acelerado. Había librado a la naturaleza de unos gramos de plástico, muy pocos por cierto, pero plástico en definitiva.